sábado, 29 de enero de 2011

Robar la luna

Es un hecho conocido por todos que la luna está hecha de queso. Un gran queso de bola que gira sin cesar en torno a la Tierra. Desde cualquier parte del globo, cuando se mira –si sabe mirar bien- pueden verse los enormes agujeros de este gran queso.
A veces, cuando la noche es muy clara, uno puede aspirar el aroma tan peculiar que desprende el astro. No es como el de  cualquier queso conocido, es muy extraño, como una mezcla de todos a la vez.

Como ya habréis podido imaginar, los intentos por robar la luna han sido innumerables. Además, muchos han sido también los que han intentado llegar hasta ella cuando andaban las despensas algo escasas de productos lácteos. Asimismo, es frecuente que los trabajadores de las agencias espaciales pidan a los arriesgados astronautas que les traigan un suculento pedazo de cosmos.
Hubo incluso una pareja de recién casados que quiso llegar a la luna para mezclar el queso del que está compuesta con su particular luna de miel. Por supuesto, todo quedó en la intención, pues los enamorados prefirieron un crucero por el Mediterráneo.

La última vez que intentaron robarla fue en 1997, hace justo hoy 13 años.
Un grupo de amigos necesitaba en aquellos momentos ingentes cantidades de queso para alimentar a sus mascotas, que, como habréis podido adivinar, eran hambrientos ratones. Pero no ratones normales, no. Estos animalitos se habían acostumbrado a zampar como elefantes, y no había comida suficiente para ellos en todos los supermercados del país.

El plan parecía sencillo: alquilar un cohete, cargarlo con cuerdas, atar la luna a la nave y, finalmente, arrastrarla hasta nuestro planeta, donde podrían trocearla y repartirla entre sus ansiosas mascotas.
Sí, lo habéis adivinado. Los problemas surgieron ya desde el principio: dónde encontrar un cohete de alquiler, dónde encontrar tanta cuerda como para amarrar el astro a la nave, habría que pagar tasas aduaneras al llegar a la tierra…
Aunque no lo creáis, aquel curioso grupo de expedicionarios encontró una nave espacial a buen precio que un viejecito del barrio usaba durante su juventud para hacer escapaditas cósmicas cuando lo agobiaban el jefe o la novia. La cuerda la aportó uno de esos vaqueros que aparecen en las películas que, de manera totalmente casual, se encontraba por la zona para vender tal cargamento. Una vez aclarado que los viajes interestelares no necesitaban de peaje alguno, se decidieron a acometer la empresa que tenían en mente.
Ya estaba todo preparado. Nada podía salir mal. La suerte estaba de su lado: el vecino, el vaquero, los impuestos…
Llevaron el cohete a la gasolinera más próxima para llenar el tanque de combustible que les permitiera realizar el doble viaje de ida y vuelta…

Todo fue uno. Ver los precios del combustible y olvidar su intentona de robo. Devolvieron el cohete al dueño, las sogas al vaquero para hiciera con ellas su venta, y se fueron a un parque a charlar tranquilamente sobre lo cara que andaba la vida.

Moraleja: Si no queréis fracasar al robar la luna, no tengáis ratones hambrientos por mascotas…



sábado, 22 de enero de 2011

El barco de los sueños

Tras soltar amarras, el barco va alejándose poco a poco del puerto. Avanza despacito hacia la bocana, hacia un mar abierto y en calma que guarda miles de secretos, millones de historias…tantas como corazones lo han cruzado o se han hundido en el intento.

Las leyendas de viejos lobos de mar y de cientos de pescadores con el amanecer en la mirada, se confunden con la realidad de los que se adentran en el azul del océano, bajo la bóveda celeste del cielo, en busca de una vida mejor.

En tierra, sobre los espigones y a lo largo del paseo que recorre la playa, se agolpan los pañuelos y las lágrimas, que brotan de nuevo cada vez que el casco del barco hiende el agua. Los recuerdos de un tiempo mejor se hacen más vívidos a medida que las olas lamen el acero del buque y el espíritu de quienes se lanzan a lo desconocido.

Cuando no eras más que un infante, tú mismo acudías al puerto a ver zarpar aquellos gigantes metálicos, y soñabas con las miles de aventuras que les aguardarían allende los mares.
Tal vez se toparían con sanguinarios piratas, o viajarían por los mares del sur, y verían las ballenas de las que tanto oíste hablar a los viejos marineros que de vez en cuando descendían al puerto al arribar a él sus imponentes navíos. Tal vez recorrerían las costas atlánticas hasta llegar a los hielos perpetuos del norte, o conocerían sirenas cuando atravesaran las costas de Grecia y Turquía, donde habitaban también las oscuras parcas. Tal vez llegarían a tierras mágicas y de ensueño, donde el tiempo se detiene y los unicornios y los centauros compiten en magníficas carreras llenas de euforia y color, o tal vez accederían a los secretos mejor guardados del universo, y sus barcos se elevarían hasta la Luna o alcanzarían los confines del mundo, donde habitaban monstruos como nadie había conocido antes…tal vez tocarían las columnas en las que se sostienen los cielos.

Ahora, tú mismo conoces la sensación que embargaba tantos corazones. Sabes que no hay piratas ni sirenas, oscuras parcas ni tierras de ensueño donde unicornios y centauros compiten en magníficas carreras llenas de euforia y color; ni el barco se elevará hasta la Luna, ni alcanzarás los confines del mundo…

Ahora miras el puerto desde el barco. Los niños te sonríen pensando en las maravillosas aventuras que vas a vivir, las mujeres y maridos de quienes se apelotonan sobre la cubierta, contra la baranda, ríen y lloran a partes iguales porque saben que muchos no volverán o no serán los mismos cuando lo hagan; pero no quedaba más remedio que subir al barco que ahora corta las olas como el cuchillo la mantequilla…y los pañuelos al viento se confunden con las gaviotas, y éstas con las almas, cargadas de sentimientos y emociones, de quienes ven cómo el puerto se aleja cada vez más y a buen ritmo.
Ojalá vuelvan a encontrarse todos algún día, piensas, mientras recorres por última vez las miles de caras que se despiden del barco…

Abajo, en los camarotes esperan los fríos y duros camastros que harán las veces de hogares en la ciudad flotante, la que avanza con decisión contra las olas, contra la brisa marina cargada de salitre. En las bodegas, las ratas se disputarán el pan con los cientos de bocas hambrientas que hoy se echan al mar…que hoy se adentran en lo desconocido.

El billete a América, lo llaman, y se yerguen de orgullo cuando cuentan que consiguieron subir a uno de esos buques llenos de emigrantes, de golondrinas enjauladas que se adentran en los territorios de los titanes.
Por delante, hasta la tierra de la libertad y de las oportunidades, quedan aun miles de millas. Millas que muchos no recorrerán, millas que el barco come al mar en calma.

Puede que mañana sorprenda una tormenta, y después otra, y otra más…pero a ti no te importa…porque ningún pañuelo, ninguna lágrima, ninguna sonrisa te espera en ningún puerto; y el amanecer se clava en tu mirada, y la sal se pega a tu piel, y la soledad te muerde el corazón…porque ningún pañuelo, ninguna lágrima, ninguna sonrisa te espera en ningún puerto.



viernes, 14 de enero de 2011

Duermevela

Duermevela es un ser fantástico. Duermevela vive debajo de las camas de los niños y niñas de todo el mundo, así que lo mismo da dormir en España que en Japón, en Turquía que en Zimbabwe, pues Duermevela no conoce fronteras.

Duermevela tiene la estatura de un niño de tres años, pero la fuerza y la astucia de un adulto. En realidad, nadie sabría decir a ciencia cierta qué aspecto tiene, ya que nunca nadie ha conseguido verlo sin que haya sufrido el más terrible de los espantos y, en consecuencia, haya perdido la memoria.
Se dice de él que su mirada traviesa despierta desasosiego, y que su risa provoca escalofríos a quienes no le guardan ningún respeto.

Duermevela no tiene familia. Recorre el mundo haciendo travesuras resguardado por la oscuridad de las habitaciones infantiles. Entra en los dormitorios antes de que los más pequeños de la casa se vayan a dormir, y cuando sus padres se despiden de ellos hasta la mañana siguiente, Duermevela sale de su escondite para jugar con los sueños de los pobres infelices que tratan de pegar ojo.

Lo primero que puedes sentir es un frío qe te cala los huesos. Se debe a que Duermevela adora retirar las mantas y sábanas que cubren a los niños en sus cálidas camas. A veces sopla en la nuca o silba alegremente junto al oído de algún despreocupado que no se entera de nada. Otras veces, se acerca a los pies de la cama y, descubriendo los pies de sus pequeñas víctimas, juega con los deditos o acaricia la planta hasta que el niño está a punto de despertar.

Duermevela es amigo de Insomnio y Sonámbulo, y juntos hacen de las suyas a cuantos pobres infantes, ignorantes de los peligros que trae la oscuridad, tratan de adentrarse en el hermoso mundo de los sueños.
Ellos son los encargados de traer las pesadillas a los niños y provocar sus continuos desvelos nocturnos. Su mayor diversión es causar trastornos en el sueño de quienes han vivido un largo y agotador día de colegio y juegos en el parque.

Duermevela es un ser fantástico. Duermevela vive debajo de las camas y se alimenta del pánico de los más pequeños. Duermevela no es malvado, nunca haría daño más allá de los límites del sueño. Duermevela no odia a los niños, pero si alguna vez os encontráis con él, de nada servirán las súplicas y suspiros…