lunes, 28 de mayo de 2012

El asesinato de la joven Anne (II)

Hola de nuevo, agente. Me alegra volver a verlo por aquí, aunque las circunstancias no sean muy de nuestro agrado. ¿Quiere una taza de té o de café mientras continúo con la historia de cómo conocí a la joven Anne?
¿Por dónde iba?...¡Ah, sí, ya recuerdo!...

Como le dije, la joven Anne trabajaba desde mayo en la heladería de la vieja Dorothy Evans. Hacía los mejores helados de sabores que habíamos probado en la vida. Nadie recordaba que el negocio gozara de tan buena salud desde aquel año, según contaban los más viejos, en el que trajeron el primer cinematógrafo al pueblo. Todo un acontecimiento, como podrá suponer.
El caso es que pocos días después de nuestro primer y fortuito encuentro, empecé a frecuentar la heladería para calmar el sofocante calor veraniego que se cebaba con el pueblo. También, mentiría si lo negara, lo hacía con la ilusión de encontrar a la joven que había cautivado mis ojos y mi corazón, como los de todos en la pequeña comunidad donde pretendía desconectar del mundo voraz y salvaje que era la ciudad durante todo el año.

Furtivas miradas y alguna sonrisa. Ese fue el primer contacto con la señorita Anne. Nada particular; todos en el pueblo hacían o habían hecho lo mismo alguna vez.
Como decía, durante la primera semana no me atrevía casi a hablar con ella. Su belleza y su voz eran tan delicadas que uno se sentía renacer cuando una de las dos te atravesaba los sentidos.
Finalmente, sin saber muy bien cómo, empezamos a hablar...

Al principio eran bobadas. Preguntas sin importancia y respuestas sin mucha sustancia. Fue entonces cuando supe que la joven no era de allí, que había nacido en un pueblo del sur del país, pero nunca me dijo el nombre. También supe que únicamente le quedaba un primo al que no veía desde hacía ocho años, y con el que solía cartearse antes de perder definitivamente el contacto con él. Tampoco mencionó el nombre de su primo.
Pese a que le encantaba hablar, era una chica reservada y celosa de su vida. Su halagüeno discurso jamás sobrepasó los límites del decoro y no era dada a contar sus penas pese a tenerlas, o eso creo yo, pues no hay nadie en este mundo a quien no le pese algo en el alma. Solo en alguna ocasión comentó cómo había tenido que luchar y trabajar sin descanso para no hundirse en la más absoluta miseria desde que sus padres murieran en un trágico accidente. Vivió una temporada con su tía, madre de aquel primo que le comentaba hace un momento, luego se marchó en busca de nuevos horizontes. Al menos, eso fue lo que ella me dijo; y jamás comentó mucho más. Su silencio la hacía, si cabe, aún más atractiva y misteriosa.

Tenía aspecto sincero, eso es verdad, y gustos bastante corrientes. Solíamos pasear a lo largo del río o ir al cine de vez en cuando. Sí que le gustaba bastante bailar y, como el pueblo es pequeño, las fiestas no faltaban cada semana. En el parque viejo se reunían los vecinos y escuchaban música, bailaban y se entrenían como en los viejos tiempos. Recuerdo que mis abuelos solían llevarme a aquellas reuniones, por llamarlas de algún modo, cuando no era más que un crío.
Mi abuelo era muy querido por todos, ya que él era el encargado de llevar el gramófono sin el que no hubieran podido sonar maravillas como las de Gardel o Carosone, que estuvo muy de moda por aquel entonces.

Bailaba mucho. Era una chica muy activa. A veces los más jóvenes se quedaban mirándonos cuando salíamos juntos a bailar. La deseaban, como los más mayores. Tuve suerte, supongo, de poder ser una especie de amigo durante aquellos tres meses, y maldigo la hora en la que tuve que volver a la ciudad.

Sí, se puede decir que a eso se reducían nuestras actividades: paseos a lo largo del río que vio también sus últimos momentos de vida, bailes en el parque viejo y, como fuera y donde fuera, interesantes conversaciones que nada tenían que ver con su pasado; aunque eran muy reveladoras de las aspiraciones de aquella preciosa joven, marchita ahora como cualquier otra rosa...

Según me contó una tarde de agosto, a medida que avanzábamos por la margen izquierda del río, su mayor sueño desde pequeña era ser bailarina. Y su cuerpo menudo recordaba bastante a una de esas jóvenes del Bolsoi. No sé si usted las ha visto alguna vez, agente...

domingo, 20 de mayo de 2012

El asesinato de la joven Anne (I)

A mis tíos Víctor y Mayte.



Nadie esperaba aquella noticia. Quién iba a suponer que la joven Anne, bella y dulce como un ángel podía acabar arrastrada por la corriente, río abajo, muerta.
Aún recuerdo cuando la conocí. Recuerdo perfectamente aquel verano, porque muchas cosas debían cambiar. Ella era un ángel, sabe usted. Nada hubiera sido lo mismo sin ella, agente...

Tenía que volver a aquel pueblo donde solía veranear con mis padres y abuelos en mi infancia. Yo vivo y trabajo en la ciudad, esa jungla de asfalto que te va consumiendo hasta que dejas de ser persona, hasta que te vuelves una máquina.
Por eso decidí que tenía que volver. Tal vez el contacto con mi niñez devolviera algo de aire a mis pulmones, a mi vida. Necesitaba hacerlo.

Recuerdo sin asombro que muchas cosas habían cambiado desde la última vez que estuve, hacía ya más de cuarenta años. Habían abierto dos nuevos parques y otras casas ocultaban parte de la vista que teníamos de las montañas al cruzar el río por las tierras del señor Clancy. Faltaban caras. Quizá eso fuera lo peor, en lo que más había cambiado. Ya no podías ver las caras sonrientes de tu infancia ni esuchar las voces de los vecinos.
Pero en esencia nada había cambiado. Todo permanecía como siempre había estado: los olores, los colores, todo. Los vestidos de la abuela mantenían aún el peculiar aroma de su colonia. El gramófono del abuelo aún parecía tener gans de sonar como antaño. Solo el reloj había dejado de marcar la hora para señalar eternamente el minuto exacto en el que murió mi abuelo.
Podría haberle dado cuerda, sí; pero pensé que era mejor así: parado para siempre...

Hacía calor ese mes. Junio estaba siendo terriblemente caluroso, pero los breves paseos por el pueblo ayudaban a calmar la sensación de sofoco. Fue en uno de esos paseos cuando vi por primera vez a Anne. Recuerdo que la luz aquel día era distinta. Más espesa, diría, como en una de esas películas de la década de 1960.
Ella no era una mujer corriente. Su rostro era dulce como el de un ángel, y sus ojos eran grandes y llenos de luz y de vida. Sus labios, finos y rojos, cautivaban cuando sonreía y dejaban ver unos dientes perfectos, inmaculados. Su piel era fina y pálida; suave. Su pelo oscuro, tocado con aquella cofia a franjas blancas y azules era tan hermoso como los jardínes del Paraíso. Sí, recuerdo aquel día que nuestras miradas se cruzaron por vez primera.
Yo estaba quieto, de pie, mirando fijamente sus movimientos suaves y delicados mientras servía uno de sus magníficos helados en la heladería de la vieja Dorothy Evans. Ella alzó la mirada mi me sonrió. Era un ángel, lo juro; esa joven no era de este mundo.

Pasaron días aún hasta que me decidía a entrar a la heladería. No sé si ha entrado alguna vez, agente; pero esa es la mejor heladería del mundo.
Solía ir a diario cuando era un niño. Allí tenían todos los helados que un crío puediera desear, y la vieja Dorothy Evans era la mujer más agradable del mundo. Recuerdo que en una ocasión un niño llegó pidiendo helado de aleta de tiburón; yo pensé que aquello no existía, que era imposible, de dónde iba a sacar aquella buena mujer semejante pedido. Pocos segundos después volvió con aquel helado y se lo entregó al niño con la misma sonrisa con la que había servido a una niña que pedía helado de hipopótamo.
Y cuando ella entró, agente, empezaron a hacer los helados aún mejores. Esa chica era un ángel, créame. Un bello y dulce ángel...

Nunca la olvidaré, agente. Una mujer así nunca se olvida. Yo tenía que escapar de la ciudad, y nada hubiera sido lo mismo sin ella...

viernes, 18 de mayo de 2012

El misterioso contacto (II)

- Hola una vez más, ¿cómo estás?
- Bien, gracias...matando el tiempo como siempre, sabes que mi vida es algo rutinaria. ¿Y tú?
- Pues...ya ves, justo ahora acabo de llegar del trabajo. Venía pensando en ti, lo admito...jajaja...me apetecía bastante hablar contigo.
- ¿En serio? ¡Vaya! Lo tomaré como un cumplido, eso significa que no te caigo mal del todo, ¿no?...jajaja
- No, nada mal.
- Bueno, ¿y qué te ocupaba la cabeza?
- Pues, verás...mmm...venía pensando en que, en realida, no sé mucho sobre ti. Nunca me has dicho de dónde eres ni qué edad tienes, desconozco tu estado civil y en qué trabajas...
...
¿Estás?
...
- Sí, perdona. Es solo que me sorprendió que, a estas alturas, me preguntes todo eso. Supongo que estás en tu derecho. A fin de cuentas, yo siempre he preguntado y obtenido respuestas.
¿Cómo te ha ido el día?
- ¡Oh, vamos ya! Yo pregunté en primer lugar, ¿no? No puedes escudarte siempre tras tu nick...
- Está bien, tú ganas... Me llamo (escribió su nombre en la pantalla), soy de un pueblo del sur, no sé si lo conoces, en la provincia de Huelva...bueno, no importa, es un lugar muy pequeño; cuando viví en él, solo tenía 137 habitantes.
- Entonces, ¿ya no vives en Huelva?...
- No. Ahora vivo en otro sitio...
-¿Dónde?
- Pues...¡qué más da! En otro sitio...
- ¿No me lo dirás?
- No sé.
- Está bien. ¿Y qué edad tienes? No quiero pensar que he estado hablando con alguien mucho menor o mayor que yo...jajajaja...aunque me caes bien.
- Tengo 17 años.
- ¡Anda ya! Pareces mucho mayor, no hablas como el resto del mundo. Me estás mintiendo...
- ¡No! Te juro que es cierto...
- mmmm...oye, ¿y a qué te dedicas?
- Recuerdo que me dedicaba a estudiar.
¿Recuerdas? ¿Te dedicabas?...jajajaja...cada día hablas de un modo más raro y enigmático...
- Sí, bueno...tengo que irme...
- ¿Ya? ¡Qué pronto! Con lo bien que lo estaba yo pasando ahora que empiezo a saber algo de ti.
- ¿Qué? ¿En serio no sabías nada de mí hasta ahora?¿No lees los periódicos?
- ¿Los periódicos?¿Acaso eres célebre?...jajajaja...dudo que un personaje célebre pase por estos mundos donde se compra y se vende hasta el dolor de muelas.
- Me voy...nunca me habían tratado con tanta falta de respeto...ni siquiera aquella vez...

Si hubiera mirado los diarios antes, si no hubiera malgastado sus horas frente a una pantalla vacía de vida, vacía de miradas, habría sabido mucho antes la noticia.
Aquella persona, fallecida a manos de uno de esos tipos que pervierten menores, llevaba más de veinte años de sala en sala, de chat en chat. Sombra de otro mundo en busca de falsos amigos...

domingo, 13 de mayo de 2012

"Tras mil veces no" de Isabel Arroyo

En todo este tiempo con vosotros me he dedicado únicamente a exponer mi trabajo. Hoy quisiera exponer el de otra persona, una autora novel como este humilde servidor.

Tuve la inmensa suerte de coincidir con ella en Granada, donde estudiaba periodismo tras haber dado sus primeros pasos en la Facultad de Traducción. Se llama Isabel Arroyo Sauces, andaluza de bandera, periodista y escritora.

Tras mil veces no es su primer libro en el mercado y, esperamos, no será el último. La historia narra las aventuras y desventuras de Alberto, un joven universitario que...bueno, creo que es mucho mejor que lo leáis vosotros mismos.
Yo ya me he decidido a comprarlo. ¿A qué esperáis vosotros? Tanto Isabel como yo os prometemos que no os defraudará.





Desde aquí quiero mandar un saludo a Isabel y mis mejores deseos para con su carrera periodística y escritora. ¡Sigue así!

miércoles, 9 de mayo de 2012

El misterioso contacto (I)

Pasaba las noches en completa soledad frente a aquella máquina sin la que el mundo exterior hubiera sido más una leyenda urbana que una realidad. Frente a su ordenador consumía las horas más preciadas de su vida, una vida que transcurría entre el rol, los canales y los portales de encuentros.

Recurría con frecuencia al uso de redes sociales y chats. Aquella era su única vía de comunicación con el mundo, pues la timidez y la falta de seguridad habían terminado por reducir su vida y sus relaciones a unas pocas teclas y a una pequeña pantalla.
No es que tuviera grandes conocimientos en informática, pero le bastaban para navegar en busca de nuevas sensaciones, de nuevas emociones que erizaran el vello de su cuerpo. No sabía distinguir muy bien entre software, hardware, puertos o conexiones, pero tenía la completa seguridad de que encontraría a su media naranja en la gigantesca red de redes, esa que estaba en boca de todos, esa a la que todos llamaban internet.

Todo comenzó como un juego. Una noche de aburrimiento, como otra cualquiera, con muchas horas por delante y pocas amistades con las que disfrutarlas.
Nunca llegó a entender del todo lo que ocurrió a partir de aquella primera vez. En la red podía encontrar cuanto quisiera, a quien quisiera, de un modo rápido y sencillo. Jamás hubiera imaginado que podía abandonar una vida para adquirir otra en la que podía ser cuanto siempre había querido ser. Lo cierto es cada vez que se conectaba a aquel prodigio de la tecnología, se sentía mucho mejor.

Así fue como empezó a construirse un mundo cada vez más virtual, menos real, pero también más cómodo y con el que sentía con más vida que nunca. A las pocas semanas mantuvo su primera conversación en uno de esos portales de encuentro donde otras personas, sin importar su estado civil, su condición social, su edad o sus intereses, compartían vidas tan miserables y tristes como la suya propia.

Aquella persona, aquel "contacto", como solían llamarlo en ese mundo irreal en el que todo era perfecto, pronto demostró ser alguien de valía. No era como aquellos internautas que navegaban durante horas en busca de aventuras fuertes con las que jactarse después, de vuelta en sus particulares yolcos.
Poco a poco fueron cogiendo confianza. Pasaban horas charlando; las tardes se convertían en noches, y éstas, en días. Chateaban y hablaban de cualquier cosa, desde nimiedades hasta problemas de todo tipo; y en cualquier momento, en cualquier situación, allí estaban el uno para el otro.

Una conversación dio lugar a otra. Y se sucedían sin descanso cada día. Y aunque la confianza entre ellos crecía, aquel contacto parecía negarse a revelar un secreto que lo consumía por dentro. Algo había en su escritura que aquellas frases incompletas, aquellas respuestas entrecortadas y tajantes al otro lado de la pequeña pantalla, no dejaban ver claramente.

Desde su más tierna infancia sus padres le habían dicho que la curiosidad mató al gato, pero jamá había encontrado la oportunidad de comprobar la veracidad de aquel dicho. De este modo, aquella noche se produjo la siguiente conversación...

jueves, 3 de mayo de 2012

Un hombre no es nada sin su sombrero

Mientras arreglo el soberano estropicio ocurrido en mis borradores y vuelvo a preparar la serie "El asesinato de la joven Anne", os dejo con otro texto rescatado de mi antiguo blog "Literatura en Volendam".

Espero que lo disfrutéis...otra vez...

"Un hombre no es nada sin su sombrero. Eso es algo que se aprende en la escuela, desde muy pequeño.

Una vez conocí a un señor que lo había perdido todo en unas apuestas: la casa, la mujer, los hijos, el coche, el empleo, la gabardina, los zapatos, la corbata, la camisa, el chaleco de pana y el de raso, los órganos, y hasta la razón; pero conservaba el alma y la dignidad porque aun llevaba su sombrero. Y la gente le gritaba en la calle “oye, vas desnudo y vives solo en una plaza”, pero él contestaba orgulloso “sí, mas aun poseo un sombrero bajo el que vivir” y se iba sonriente.

Otra vez supe de un señor que comió tanto que tuvo que ser ingresado de urgencia en un hospital y, cuando abrió los ojos y vio al doctor, le gritó desesperado que salvaran su sombrero.
Bueno, según dicen, aquel señor tan glotón fue enterrado esa misma tarde, pero consiguió en su postrer intento que su sombrero obtuviera una buena cantidad de dinero con la que pudo cubrir sus gastos hasta el día en que, de manera accidental, voló hasta un estanque donde, húmedo, fue maltratado hasta la muerte por unos patos algo bobos.

En otra ocasión, el noticiario matutino anunció que una señora se había divorciado de su pamela amarilla con una cinta azul y había perdido la custodia de los niños a favor de su sombrero. La noticia no tendría nada de extraño, dado que por todos son conocidos los divorcios entre personajes de cierta categoría y sus sombreros, de no ser porque, agobiada, la señora decidió poner fin a la vida de la pamela y después suicidarse…¡dejando solos a tres pobres angelitos!

Un día llegó a mis oídos la historia de unos caballeros que habían decido compartir el único sombrero que poseían. Esa misma noche, el despistado complemento confundió las personalidades de tan gentiles señores y, desde entonces, no han vuelto a ser los mismos, y van por el mundo como autómatas.

Otro día, al caer la tarde, yo presté mi sombrero a alguien cuyo nombre me es doloroso recordar. No le transmití mi suerte, no le transmití mi pensamiento, no le transmití las noches plagadas de sueños felices, ni siquiera le transmití mis más tenebrosas pesadillas; no, sólo le transmití mi capacidad para olvidar el dolor…y debí hacerle mucho daño sin querer, porque desde entonces no se acuerda de mí.

Y es que un hombre no es nada sin su sombrero. Eso es algo que se aprende en la escuela, desde muy pequeño".