miércoles, 6 de junio de 2012

Frases sobre literatura

Hoy me apetece hacer un alto en el camino del horrendo crimen de la pobre Anne y presentar unas cuantas frases con las que muchos grandes genios han expresado su opinión sobre la escritura y la lectura.
A fin de cuentas, como ya ocurriera con la entrada de Tras mil veces no, el trabajo de otros es mucho más importante que este humilde blog y constituyen la base de lo que mi pluma quiere dejar sobre el papel.

Os dejo, pues, con la recopilación de frases. ¡Disfrutadlas!


- "Escribir es la forma más profunda de leer la vida". (Francisco Umbral)

- "Escribir es una forma de terapia. A veces me preguno cómo se las arreglan los que no escriben, los que no componen música o pintan, para escapar de la locura, de la melancolía, del pánico inherente a la condición humana". (Grahan Greene)

- "Los libros no se hacen como los niños, sino como las pirámides: con un diseño premeditado y añadiendo grandes bloques, unos sobre otros, a fuerza de riñones, tiempo y sudor". (Gustave Flaubert)

- "Si los versos no sirven para enamorar, no sirven para nada". (Alí Chumacero)

- "Escribo para evitar que al miedo a la muerte se agregue el miedo a la vida".
(Augusto Roa Bastos)

- "Y...si he escrito esta carta tan larga, es porque no he tenido tiempo de escribirla más corta". (Blaise Pascal)

- "La eternidad es una de las raras virtudes de la literatura". (Adolfo Bioy Casares)

- "Un libro es una versión del mundo. Si no te gusta, ignóralo u ofrece tu propia versión". (Salman Rushdie)

- "No hay libro, por pobre que sea, que no sea un prodigio". (Ben Jonson)

- "El recuerdo que deja el libro es más importante que el libro mismo". (Gustavo Adolfo Bécquer)

domingo, 3 de junio de 2012

El asesinato de la joven Anne (IV): Frank Reynolds

No sé qué le habrán contado de mí, agente, pero yo no maté a aquella muchacha. Sí, es cierto que se alojó aquí a mediados de abril, poco después de que terminaran las lluvias, cuando el calor comenzó a apretar.

Llegó como una ola de aire fresco a este pueblo, agente, demasiado viejo. Llegó con un par de pequeñas maletas, bastante viejas, creo recordar. No creo que tuviera familia, de modo que aquellas maletas debieron de ser los restos de una herencia por parte de una abuela o un bisabuelo. Aunque hermosa como un ángel, era de aspecto pobre; un lucero, sí, pero algo dejada en su vestimenta usada y en su aspecto cansado.
La verdad es que yo no la conocí demasiado. Se limitaba a pagarme puntualmente y pasaba las primeras horas de la mañana encerrada con Kelly, una antigua inquilina del albergue; por las tardes salía a pasear. A finales de mes me anunció que ya no se hospedaría más aquí, con nosotros.
Fue un golpe duro, lo admito. Se resintieron el bolsillo y la vista, usted ya me entiende, agente. Pero aún me queda Kelly, y ella sabe bien que yo no maté a aquella chica. Yo no haría jamás daño a una mujer, por muy fría que fuera su actitud hacia mí; no señor, me gustan demasiado.
Como le digo, yo no supe jamás mucho sobre la joven. Cierto es que siempre me trató con respeto y jamás se retrasó en un pago. No sé cómo pudo costearse los dieciocho días que estuvo aquí, pues, como le dije, tenía aspecto pobre y sé bien que no trabajaba hasta que el 1 de mayo comenzó a trabajar en la heladería de esa arpía de Dorothy Evans. Me alegro de que su sobrina ande detrás de quitarle el negocio, espero que algún día lo consiga...
Y en cuanto a la chica, supongo que Kelly sabrá mejor que yo de dónde sacó el dinero.

Kelly se hospedó aquí una fría noche de enero. Creo recordar que fue hace ocho años. Ella tendría unos 22 años, no muchos más de los que tenía Anne cuando llamó a mi puerta. Kelly era una muerta de hambre. Pobre y calada hasta los huesos por la intensa lluvia que azotaba la región desde hacía un par de días.
Recuerdo cómo llegó. Era muy joven, sí; pero tenía ya el rostro marcado por el sufrimiento. Yo la acogí, aunque la primera semana no vi ni un pago. No obstante, ella estaba en posesión de otros recursos...y los sigue teniendo...ya me entiende usted. Recursos y experiencia. Yo vivo solo. La acogí, pese a que no tenía donde caer muerta.

Según me dijo en un par de ocasiones, se había fugado de casa unos meses antes. Por lo visto, su padre las maltrataba a ella y a su madre. Así fue como decidió recorrer el país en busca de una vida mejor.
Según me dijo, había trabajado en un par de locales antes de hospedarse conmigo; pero de todos la echaron porque la paga nunca le dio para vivir. Ahora trabaja en la ciudad, pero jamás ha consentido decirme el nombre del local, y yo, francamente, no estoy interesado. Si quiere hablar con ella, tendrá que hacerlo por la mañana o antes de las siete de la tarde.
En fin, de este modo ha vivido conmigo estos ocho años. Cuando puede, se encarga del albergue. Por supuesto, ella ya no es una clienta más: paga menos y es casi como de la familia; tenemos bastante confianza, aunque nunca soltó prenda sobre la joven Anne.
Creo que trataba de protegerla de mí, o quizá no quería perder su posición, usted ya me entiende, agente.
El caso es que yo no puedo decirle demasiado sobre la muerta. Salvo que siento su muerte...

Ahora que me acuerdo, agente, antes de irse Anne me dijo que se marchaba cerca de uno de los parques nuevos. Conozco al propietario de la casa, aquí todos nos conocemos. Se llama Harvey Bender. No es del pueblo. Vive y trabaja en la ciudad, como contable. Estuvo viniendo por aquí durante un tiempo, pero sus hijos se aburrían por aquí, de modo que pensó en alquilar la casa; eso me dijo una tarde mientras bebíamos unos vinos.
Y así lo hizo. Que yo recuerde, la casa pasó por, al menos, tres inquilinos diferentes. La última fue la muerta.

No recuerdo el nombre de los anteriores inquilinos ni he vuelto a saber nada del contable. Era un buen tipo, eso es cierto; algo nervioso y bastante agobiado por la familia; pero un buen tipo, a fin de cuentas.

En fin, agente, eso es todo lo que puedo decirle. Yo no la maté. Yo jamás haría daño a una mujer, por fría que sea conmigo. Me gustan demasiado...

viernes, 1 de junio de 2012

El asesinato de la joven Anne (III): Dorothy Evans

Bueno, verá usted, la joven Anne, que en paz descanse, llegó al pueblo a finales de abril y se hospedó en el albergue de Frank Reynolds hasta el mismo día 1 de mayo, cuando comenzó a trabajar en la heladería.
Yo sé poco de sus primeros pasos en el pueblo. Casi no salgo de mi heladería. Soy soltera, sabe usted; de modo que mi familia son los jovenzuelos que vienen a diario a comprarme los helados que con tanto esfuerzo hago.
Por supuesto, no siempre ha sido así. Antes, aunque no lo crea usted, yo era una joven lozana y fuerte, capaz de trabajar día y noche sin descanso para obtener los mejores helados de la zona. Está feo que lo diga, agente, pero mis helados y dulces gozan de la mejor fama en muchos kilómetros a la redonda. Vea, esta foto es de cuando era yo una moza...¡guapa, verdad?

Como le decía, la señorita Anne vino a verme a finales de abril para pedirme trabajo como ayudante en la heladería. Me pareció una chica muy guapa y bastante amable, justo el tipo de persona que debe estar al cargo de mi heladería. Me recordó bastante a mí cuando era joven. Aquí tiene otra foto; esa es de aquel verano en el que hizo tanto calor, un año magnífico para el negocio, como usted supondrá.
En fin, no dudé un instante en contratarla. A fin de cuentas, una ya no puede estar en todo ni rendir como antes; pero aquella joven se presentaba ahora como un soplo de aire fresco para el negocio, un soplo de vida en estos tiempos que corren.
Recuerdo que su sonrisa tierna me cautivó, y su mirada sincera y limpia parecían decirme que era ella la persona que tanto había estado esperando. Sí, señor, no dudé un instante en contratarla. Empezó a trabajar para mí el mismo día 1 del mes siguiente, pues el pueblo es caluroso y por esas fechas ya hay que empezar a hacer los helados en mayor cantidad, de modo que no tardó demasiado en incorporarse. Me sorprendió gratamente su habilidad para hacer helados, especialmente de alguien tan joven como ella y que no contaba con ninguna experiencia previa en este honrado y honroso oficio.

Era una chica muy responsable y laboriosa. Jamás faltó al trabajo o se quejó de él. Cierto es que me resultó bastante maleducado que me pidiera un adelanto de su sueldo el primer día, pero tenía sus razones, y eran muy buenas: quería alquilar su propia casa y no tener que vivir en el cochambroso albergue del señor Reynolds; y no la culpo, ese anciano no es más que un viejo verde, más temeroso de los indignados maridos que de Dios Todopoderoso, mejor observador de los gestos femeninos que de las Sagradas Escrituras; ese truhán la acosaría con sus impertinencias hasta cansar a la pobre chiquilla. Además, aquella chica tenía iniciativa. Me recordaba bastante a mí cuando tenía su misma edad...mire, esta foto es de una de las fiestas que organizamos las tardes de verano, encargaron una tarte enorme, la más grande que he hecho en mi vida.

En fin, como le decía, era una buena chica. Se llevaba bastante bien con los clientes, especialmente los de sexo masculino, que parecían adorarla. Hubo un tiempo en que a mí también me adoraron, pero eso ya pasó, claro está.
La señorita Anne siempre atendía como debía: con una enorme sonrisa en el rostro. Jamás se la escuchó discutir con nadie, al menos dentro del negocio. Su dulzura se comparaba a la de las madres, por eso el número de niños y niñas que venían a comprarnos helados creció considerablemente. No es que el pueblo sea rico en infantes, pero la presencia de la joven se notó bastante.
Sí señor, era un ricura de mujer. Es una lástima que ya no esté en este mundo. Con gusto le hubiera dejado la heladería tras mi muerte, pero Dios tiene sus propios planes y sus caminos son inescrutables.

Era una joya. Los clientes la adoraban, sin duda. Solía venir uno por aquí desde el mes de junio. Venía con frecuencia, casi a diario, hasta bien entrado el mes de septiembre.
Yo lo conocía porque era nieto del señor y la señora Feregarn, vecinos muy queridos en el pueblo. Ellos solían traer el gramófono que alegraba nuestras tardes de estío. Eran muy buena gente. Su hijo se casó en la ciudad y, aunque solían seguir viniedo por aquí en los veranos, el nieto dejó pronto de hacerlo. Supongo que el pueblo ya no era nada atractivo para él, que la verdadera movida, como dicen ahora los jóvenes, estaba en la gran ciudad a un par de horas a pie desde aquí, si uno marcha a buen ritmo.
Como le digo, aquel hombre solía venir por aquí, y al cabo de dos o tres semanas ya iban juntos de aquí para allá, siempre riendo y hablando. Él tendrá ahora unos 40 o 42 años, el doble de lo que tenía a pobre de Anne; pero parecían llevarse bastante bien, y jamás vi a la chica reír tan sinceramente como con él. Aunque no era el único amigo que tenía. También estaba esa joven que vive en el albergue de Reynolds...no recuerdo su nombre...

No sabría qué más decirle, agente, ahora mismo estoy algo ocupada y mi memoria no trabaja ya tan bien como antes. Solo puedo decir que me alegro del verano de la joven Anne. Al menos disfrutó los últimos meses de su vida...